POSICIÓN EN EL MUNDO
 
Mosaicos

 

Il sera temps plus tard de juger à ses résultats cette encore jeune organisation dont la seule existence constitue déjà un événement d’importance. Les vingt-cinq États indépendants et dix-huit territoires dépendants riverains de la mer des Caraïbes, transgressant les redoutables barrières dont la nature et les hommes se sont ingéniés à hérisser la région, affirmant des communautés d’intérêt, cherchent la voie d’ambitieuses collaborations. La « Grande Caraïbe » ou « Caraïbe de la plus grande extension », perçue et rêvée par certains, y trouve pour la première fois une transcription institutionnelle. Cette tentative de dépassement des cloisonnements s’exprime dans le champ du politique. Ses ressorts le dépassent largement. Les premières années du XXIe siècle ont vu s’affirmer une plus grande influence de l’Amérique latine continentale, cela s’exprime aussi dans la Caraïbe, ainsi que dans les premiers pas de l’AEC, ou dans des concurrences d’autres organisations. Dans toutes les activités des populations qui vivent dans la Caraïbe se lit l’ambivalence entre l’entretien de la différence et la construction commune. La mosaïque demeure, et pour longtemps ; le cloisonnement, lui, peut s’estomper.

La complejidad y la diversidad del ensamblaje de estados no son menos complicadas. El archipiélago es el lugar de predilección para entidades pequeñas Por cuestiones menos evidentes el istmo también, está segmentado en una serie de pequeños estados. Debido a su superficie México, Colombia y Venezuela, ocupan un lugar aparte y su implicación en el Caribe es muy particular. En cuanto a los Estados Unidos, potencia tutelar, aparecen a la vez completamente dentro del Caribe y, al mismo tiempo, fuera de su realidad. Junto a estados independientes subsisten igualmente en el archipiélago territorios no soberanos con diferentes estatutos. Aunque las dictaduras más flagrantes que por largo tiempo prosperaron allí abandonaron la región, las democracias pluralistas conviven con regímenes más o menos autoritarios.

Esta red cuya malla fina encierra tierras y mar (zonas económicas exclusivas) va a la par con la multitud de monedas y unidades de medidas, leyes y reglamentos o la obligación de conducir por la izquierda o por la derecha. También es sinónimo de visados, aranceles, controles, cacheo de gentes y muchos más enredos. Escasa potencia y superficie reducida van asociadas con susceptibilidades nacionales y un concepto puntillosos de la soberanía. Son otras tantas barreras para las relaciones legales de cualquier clase y una buena oportunidad para todos los tráficos fraudulentos que prosperan y que saben aprovechar cualquier fallo del sistema. La combinación de datos físicos y políticos, la diversidad de las situaciones que se derivan bosquejan el telón de fondo geopolítico de la región. Los estados, según sean insulares, ístmicos o continentales, adoptan una postura diferente sobre el entorno regional y mundial. Lo que domina es la fragmentación.

El archipiélago fue durante siglos el primer contacto de los navegantes con el Caribe. Aisladas, las islas no se rigen en sus relaciones por una lógica de proximidad física; al no conocer lo que está cercano, pasan sin transición de lo próximo a lo muy lejano por saltos. La política extranjera sobre todo la de las pequeñas islas, es prudente y, sobre todo, defensiva nutrida de cierta desconfianza hacia las supuestas miradas dominadoras del continente. La importancia geopolítica de las islas no se aprecia en los mismos términos que la de los Estados continentales. Mucho más que una superficie, una población y unos recursos lo que cuenta es la posición geográfica, la de punto de apoyo para extender una influencia al continente cercano, y a la inversa, para ayudar al continente a proyectar su potencia y también, para controlar las rutas principales. Siendo el mar una invitación a la comunicación, cualquier posibilidad de abrir el océano a los mares interiores, cobra una importancia estratégica singular. El interés esencial de Jamaica desde el punto de vista geoestratégico, es el control de la ruta marítima que sale del Canal de Panamá para dar con el estrecho de los Vientos. De igual modo, las pequeñas Bahamas son importantes, particularmente para los Estados Unidos, porque cierran totalmente el estrecho de Florida situado entre el golfo de México, Florida y el océano Atlántico. Por esa razón, tienen mucho más peso que otras islas más extensas o más pobladas. La ubicación estratégica de Granada, en la ruta del golfo de México, entre la cuenca del Caribe y el Atlántico sur, justificó la brutal intervención americana en 1983. El control del estrecho de los Vientos por el que pasan importantes rutas marítimas fue un argumento de peso para justificar durante muchos años el empeño americano en derribar al régimen castrista y, luego, en contenerlo. Venezuela y, en segundo lugar Colombia consiguen, gracias a unos minúsculos islotes, extender su presencia y su influencia lejos de sus bases continentales.

La isla, entidad física con fronteras perfectamente definidas por la naturaleza, cultiva a menudo un sentimiento de unicidad, de excepcionalidad cuya intensidad es a veces inversamente proporcional a su superficie. Se manifiesta también por una voluntad puntillosa para que se respeten su soberanía y su carácter específico. Muchas veces, las particularidades y la insularidad dan lugar a particularismos. En tales circunstancias, la isla se muestra tan reacia a las asociaciones y federaciones como a las divisiones. La lógica insular, «una isla, un estado» se ha acentuado aún más por las tribulaciones históricas del archipiélago, su diversidad física, humana y económica. Las siempre frágiles construcciones políticas con varias islas se debilitan debido a los secesionismos que incitan a una fragmentación cada vez mayor y a la proliferación de Estados: Trinidad y Tobago, San Cristóbal y Nieves. Tampoco resulta extraño, pues, que las tentativas unificadoras hayan fracasado regularmente. A finales del siglo XX, los esfuerzos de la OECS para conseguir una unión política de las islas de Barlovento quedaron estancados. Las islas neerlandesas más ricas que consideran que pagan por las islas pobres, cuestionan la tutela del gobierno de Curazao. Aruba obtuvo su autonomía en el seno del reino en 1986. Por el contrario, Haití y la República Dominicana, obligadas «contra natura», a compartir la misma isla, han sufrido a menudo violentas tensiones. Algunas islas, tratan de hacer valer su peso demográfico o económico. Es particularmente el caso de Cuba. La reanudación de sus relaciones con el resto del archipiélago y los países de la Cuenca, deja presagiar a las claras su influencia futura. Es también el caso de Trinidad o el de Barbados que rivalizan por la supremacía en el sur del archipiélago. Sin embargo, son sobre todo las islas pequeñas las que están en el origen de la mayoría de las iniciativas internas de cooperación regional, aunque las condiciones para alcanzar una solidaridad entre las islas del archipiélago sean, a priori, poco favorables. Abrigan esperanzas de ver la emergencia de una región Caribe, único paliativo a su debilidad frente a la hegemonía americana y, única respuesta a los desafíos de la era moderna. Algunas de las islas ven ahí, una alternativa al menos parcial, a unas relaciones demasiado exclusivas y desequilibradas con una potencia tutelar exterior.

El istmo centroamericano desempeña una función compleja de cerrojo y de paso abierto a la vez. Vínculo entre las dos Américas, constituye la barrera occidental de la región y la aísla físicamente de la cuenca pacífica, pero es también lugar de paso obligado entre los dos espacios. La conflictividad inherente a los dos istmos aparece aquí particularmente acentuada por una segmentación política única en el mundo, siete estados, fruto de la dislocación en el siglo XIX de los antiguos virreinatos españoles. Este desmembramiento es, en efecto, motivo de rivalidades entre países que ofrecen aproximadamente el mismo potencial, para las conexiones interoceánicas en particular. Litigios fronterizos antiguos, o por el dominio del litoral y de supremacía infra regional, terminan complicando la situación. La doble pertenencia marítima es el dato geopolítico básico de los países ístmicos. Se ven a sí mismos como un puente, aunque utilicen de forma desigual ese potencial. Estos países le dan suma importancia al acceso que tienen a los dos océanos que bañan sus tierras lo cual da fe para ellos de una «doble mirada» natural. Los países que se consideran privados de ello (el enclavamiento es tanto cuestión de percepción como una realidad geográfica objetiva) sienten esta situación como una amputación, un inconveniente geopolítico mayor. Poner fin a este estado de cosas viene a ser el objetivo esencial. Se explican así pues el número, la permanencia y la virulencia de «los conflictos costeros» que desgarran la región desde hace más de siglo y medio.

Guatemala buscó de forma obstinada ampliar su apertura atlántica en prejuicio de Honduras y, sobre todo, de Belice que le cierra el acceso al mar Caribe. La laboriosa normalización entre los dos países no data sino de una veintena de años. En la fachada pacífica el «hambre de litoral» se manifiesta contra El Salvador. Tampoco Honduras desde su independencia en 1844 admitió nunca la angostura de su fachada pacífica. Su política de desenclave dio lugar a cuatro guerras con El Salvador a lo largo del siglo XIX. A finales del siglo XX, el antagonismo entre los dos países alcanzó su punto culminante con motivo de la mini guerra del fútbol. En 1992, un tratado zanjó las diferencias territoriales. Con Nicaragua, la delimitación de las fronteras en el golfo de Guanacaste sigue siendo motivo de graves litigios.

Para algunos países del istmo, la posición de interfase constituye una fuerza geopolítica suplementaria. Guatemala se encuentra hoy día en el eje de la ALENA y de Centroamérica, una situación favorable que le permite pretender ejercer un liderazgo sobre el istmo si estabiliza su situación social y política. Belice, país aparte, es una verdadera «isla continental», completamente orientada hacia el Caribe. Debe su singularidad a su posición estratégica que le permite controlar el mar de los Caribes. Único territorio no hispánico del istmo, es también con Guyana el único miembro no insular del CARICOM. En la parte costera, la colonización británica trajo consigo un desarrollo económico, una población y una sociedad de tipo antillano insular. Este país intenta reducir la diferencia entre su realidad geográfica y su realidad política actual, fuente de insatisfacción y de marginación. El traslado reciente de su capital Belice City en la costa, a Belmopán en el interior, es un signo simbólico de importancia. La normalización de las relaciones con Guatemala desde hace una década va por el mismo camino. Esta mejor integración ístmica podría permitirle sacar mejor tajada de su situación estratégica. Tres grandes estados continentales, México, Colombia y Venezuela pasan por ser gigantes regionales. Para desempeñar un papel geopolítico cuentan con su peso territorial, su población y potencia económica que los sitúa muy por encima de los demás países. Tienden a considerar, más o menos abiertamente, que eso les da vocación natural para la supremacía regional. Estados costeros, dirigen una mirada hacia el mar (o los mares, para Colombia y México) y otra hacia el continente. La cuenca caribe no es sino una de las direcciones sobre la que proyectan sus sueños geopolíticos ambiciosos, coherentes con sus sueños pero no con sus medios. Los regímenes y dirigentes exteriorizan esta tendencia duradera, de manera más o menos marcada. Hugo Chávez fue su mejor exponente a principios del siglo XXI. Con el correr del tiempo, los tres acumularon enormes frustraciones. Experimentaron tras la descolonización una evolución territorial recesiva que dejó huellas. Más tarde, sus ambiciones legítimas, siempre contrarrestadas por los Estados Unidos, las potencias europeas y demás potencias continentales como Brasil o Guatemala, nunca pudieron plasmarse. Ven en el Caribe, zona débil, un campo privilegiado de influencia donde los balbuceos de su deseo de potencia se topan con menos resistencias que con los de sus objetivos continentales. Sin embargo, sus ambiciones corren el riego de entrechocarse.

El lugar que los Estados Unidos ocupan en la región plantea problemas. No es que se pueda discutir su papel de potencia regional dominante desde hace largo tiempo pero, su lógica hegemónica se distingue, e incluso se opone, a las razones de construcción regional que animan a los demás países de la región. Cinco estados de los Estados Unidos disponen de una abertura al golfo de México pero, la península de Florida es, indiscutiblemente, el Estado más «Caribe» de la Unión. Casi en su punta, Miami proyecta la potencia americana por toda la región y, hace las veces, de puerta de entrada del Caribe a los Estados Unidos. Emigración clandestina, bancos y narcodólares, turismo, son otras tantas realidades floridanas que nos remiten a las estrechas relaciones con el Caribe.

La orientación geopolítica de cada estado resulta también de la sutil alquimia de una serie de datos internos y externos, identitarios, lingüísticos, religiosos, económicos…In fine, las percepciones geopolíticas siguen siendo en mucho caso, cosa de lo imaginario, de representaciones a través de un sin número de filtros colectivos e individuales. Toda la vida de la región se gira alrededor de una dialéctica mosaicos / coherencia. Las diferentes combinaciones históricas, culturales, económicas, demográficas nacidas de las matrices históricas y espaciales de los siglos pasados contribuyen por una parte, a hacer del conjunto de las islas, bordes continentales y por otra, conjuntos que tienen cierta coherencia. En efecto, se encuentra esta partición con una estupefaciente constancia en los sectores más diversos y con poquísimas excepciones. Es lo que ocurre con la densidad de población (las Pequeñas Antillas tienen una densidad más fuerte que las Grandes Antillas, las cuales están más densamente pobladas que el continente, el IDH, la esperanza de vida, la fecha en que obtuvieron la independencia (espaciadas en más de siglo y medio entre el istmo y las Pequeñas Antillas) y, también la llegada de la democracia, sistemáticamente más tardía en el Caribe continental y en las grandes islas que en las pequeñas. La composición de las organizaciones económicas subregionales es especialmente reveladora de las fuertes afinidades y proximidades no solamente geográficas. Por el contrario, las relaciones de todo tipo, por ejemplo entre el istmo y el archipiélago son buenas: para un isleño, que Cuba sea caribe es algo evidente, pero… ¿Y Guatemala y México?

Las características «identitarias» de los países de la región, ya sean étnicas, lingüísticas o religiosas se forjaron casi íntegramente en el molde colonial y ofrecen otro poderoso principio de reparto colonial. El cambio de poblaciones autóctonas exterminadas por poblaciones nuevas fue casi total en el archipiélago. En Centroamérica subsisten minorías indias en porcentajes muy variables (el 1 % de la población en Costa Rica, el 10 % en México y el 50 % en Guatemala) pero, una parte al abandonar sus raíces indias adoptaron la cultura y el modo de vida de los hispanos e integraron el grupo de los Ladinos. Las herencias inglesa, francesa, española, neerlandesa, danesa dibujan áreas culturales nítidas. Sin dificultad, uno se encuentra, transcritos en modo tropical, muchos de los rasgos distintivos de la antigua metrópoli: el idioma, por supuesto, pero de igual modo los deportes y los modos de alimentación, comportamientos y actitudes. Esos mundos hispanófono, anglófono, neerlandófono y francófono se codean sin conocerse. Cada cual tiene su o sus organizaciones económicas exclusivas, sus rutas aéreas preferentes, sus estructuras universitarias. En las Pequeñas Antillas sobre todo, esa proximidad histórica y cultural superan las proximidades físicas. Muy característico de este estado de hecho, es el caso de Belice país anglófono que es por ese motivo miembro del CARICOM antes de ser ístmico. Mil ingredientes físicos y humanos (islas «negras», islas «blancas», «islas mestizas»…,) (importancia variable de lo autóctono en el istmo), elementos históricos, culturales y económicos, contribuyen por su dosificación a componer complejos y sutiles cócteles cuyos infinitos matices forjan en mayor o menor grado el ambiente, la personalidad y la identidad de cada fragmento del espacio caribe incluso o, sobre todo, cuando es muy pequeño. Decía de Trinidad el antropólogo David J. Crowley que «un habitante de Trinidad no ve contradicción alguna en ser ciudadano británico, ser de piel negra y llevar apellido español; en ser católico y en practicar en privado la magia africana; en comer como un hindú y en cenar como un chino». El molde colonial se forjó aquí como en una pintura puntillista. Eso se aplica con infinitas variaciones a una amplia parte del archipiélago.

La gran línea de fractura económica de nuestro planeta que separa un norte de un sur, cruza la región pero, experimenta también en ella algunos reajustes. El límite entre los dos conjuntos se ha vuelto confuso en medio siglo, coexistiendo a veces, con escasísima distancia de tiempo, situaciones violentamente contrastadas. Algunas pequeñas islas (Las Bahamas, Islas Vírgenes, cerca de uno de los países más pobres del mundo, Haití, único en la categoría de países menos avanzados de la región (PMA) muestran indicadores halagüeños de renta per cápita, índice de escolarización o equipamiento del hogar que las colocan bien por delante de países de Centroamérica y de las grandes islas del norte, excluyendo Puerto Rico. Esas diferencias se reconocen en el completo abanico de las fases de la transición demográfica que uno encuentra aquí.

Las vías de desarrollo que se adoptaron estas últimas décadas reflejan el mismo eclecticismo: la economía de Cuba de corte agrícola tradicional, colectivista de estado coexiste con los numerosos paraísos fiscales, las múltiples zonas francas, pabellón de conveniencia de Panamá, los cuales se inscriben sin complejo alguno en la lógica del funcionamiento muy liberal de la globalización. La similitud de las producciones y la falta de complementariedad, la escasa envergadura de los mercados interiores y la necesidad vital de exportar, refuerzan la lógica de la competencia más que la de la cooperación. Se oponen así de frente, las «bananas dólar» de los países de Centroamérica a las «bananas ACP» de los países firmantes de los Acuerdos de Lomé y a las «bananas europeas» de las Antillas francesas. Países vecinos con problemas y condiciones a fin de cuentas bastante similares se encuentran en el centro de unos desafíos y estrategias que les sobrepasan y son fuente de irritaciones e incomprensiones que echan por la borda su solidaridad. El desarrollo turístico de Cuba hoy explosivo y el de algunos países sureños y centroamericanos mañana, se percibe igualmente como una amenaza por los países turísticos tradicionales. La identificación de los múltiples caracteres o elementos identificables en la región, resulta sin embargo bastante engañosa. Por una parte, en cualquier dominio un elemento fuertemente dominante suele dar su tonalidad al conjunto. ¿Qué representan en número de hablantes el neerlandés, el francés, incluso el mismo inglés frente al español que se habla desde Florida hasta Venezuela pasando por Cuba y Puerto Rico? Los regímenes políticos no democráticos ya no son más que una excepción. Los niveles de vida y de equipamiento siguen siendo en su conjunto sensiblemente inferiores a los del mundo desarrollado. Esencialmente es el archipiélago, y más aún las pequeñas islas del sur, lo que, da esa extrema apariencia de diversidad. La frontera mayor entre la América hispana y la América anglosajona aparece velada allí por las «inclusiones» francesas y neerlandesas.

Variedad, diversidad y mezclas son riquezas que no se pueden negar. Ello permite al Caribe explotar en innumerables «rincones» ese sol, «yacimiento» inagotable que le permite atraer hacia sí flujos turísticos considerables procedentes de horizontes geográficos muy variados. Pero, en un mundo de grandes conjuntos la división, dislocación y fragmentación son la manifestación de otras tantas desventajas.

Potentes fuerzas centrífugas de desagregación se ejercen sobre una región cruelmente dividida que nunca vivió con vida propia. Independientes o no, los estados y los territorios conservaron con el exterior, antiguas metrópolis o los Estados Unidos lazos, en especial comerciales o culturales, a menudo mucho más intensos que con sus vecinos. La extraversión, consubstancial a la formación histórica resulta ser un dato significativo. El Caribe está comprometido hoy día en una doble lógica de regionalización y de superación de la compartimentación. Una conducida por los Estados Unidos se apoya en una ALENA que abarca al conjunto del continente en el proyecto de Zona de Librecambio de las Américas (ZLEA). Algo que no podrá sino confirmar un proceso ya muy avanzado de avasallamiento regional por medio de la moneda, las inversiones, etcétera. Varios estados de la región preocupados ante una posible marginación, ya se han comprometido en orden disperso, en las negociaciones de adhesión. La otra, más reciente y novadora es de orden defensivo. Se materializó en la creación el 25 de julio de 1994 de la AEC (Asociación de Estados del Caribe) o la ACS (Association of Caribbean States). Responde a una necesidad de convergencias, colaboraciones, políticas coordinadas, solidaridades activas para esos países más débiles que comparten el mar de los Caribes, lo tropical, la historia y la herencia de la esclavitud, la colonización y la proximidad con los Estados Unidos.

Habrá tiempo para juzgar, más tarde, esta aún joven organización por sus resultados cuya única existencia supone en sí un acontecimiento importante. Los veinticinco Estados independientes y los dieciocho ribereños dependientes del mar de los Caribes, transgrediendo las temibles barreras con que la naturaleza y los hombres se ingeniaron en erizar la región y afirmaron comunidades de intereses, buscan las ambiciosas vías de la colaboración. El «Gran Caribe» o «Caribe de la mayor extensión», percibido y soñado por algunos, encuentra ahí por primera vez, una transcripción institucional. Esta tentativa de superación de la compartimentación se expresa en el ámbito de lo político. Sus resortes lo sobrepasan ampliamente. Los primeros años del siglo XXI, vieron una mayor afirmación de la América latina continental. Se manifiesta esto, tanto en el Caribe como en los primeros pasos de la AEC o en las competencias de otras organizaciones. En todas las actividades de las poblaciones que viven en el Caribe se lee la ambivalencia entre la permanencia de las diferencias y la construcción común. El mosaico sigue y seguirá existiendo por largo tiempo; la compartimentación, por su parte, puede ir diluyéndose.

Autor(a) : Patrice Roth

Arriba