RIESGOS MAYORES
 
Recalentamiento climatico (2004-2006)

 

Mientras la opinión internacional se preocupa de los desequilibrios climáticos, en diciembre 2006 un coloquio internacional organizado por el Consejo General de Martinica tuvo lugar en Fort-de-France. El tema “El Caribe en peligro” ha reunido, además de expertos europeos y americanos, investigadores caribeños, y un amplio público. El tema importante es el de la fragilidad de los medios insulares y de las costas bajas del istmo centroamericano.

Como por todas partes en el mundo, la elevación de la temperatura debido a las emisiones de “gases con efecto de invernadero”, tiene consecuencias sobre la circulación atmosférica y sobre los ecosistemas caribeños. Los expertos, a partir de los modelos teóricos, consideran no sólo un mayor número de ciclones sino del aumento de la fuerza de éstos. El año 2006 fue un año de calma relativa siguiente al de 2005 que fue particularmente devastador: los ciclones Ivan, Jeanne y sobretodo Katrina han dejado cicatrices muy visibles en el año siguiente y hasta en los dos posteriores. Los científicos llaman también la atención sobre el hecho que las “precipitaciones pluviales ordinarias”, serán sin dudas de mucha mayor intensidad, aumentando la erosión de suelos y provocando deslizamientos de terrenos crecientes. La tempestad que ha causado estragos los últimos días de enero del 2007 provocó daños considerables en Florida, confirmando las declaraciones hechas en el coloquio mencionado (8 diciembre del 2006).

El mar del Caribe y el Golfo de México son mares cerrados y en éste medio, aún más que en los océanos, las temperaturas del agua al aumentar más rápidamente, provocan en mayor o menor grado, directamente la muerte de arrecifes coralíferos así como las transformaciones de manglares que son los lugares privilegiados de reproducción y de crecimiento de numerosas especies marinas; finalmente, las costas densamente pobladas son amenazadas por una elevación del nivel de las aguas del mar como consecuencia de fenómenos que se desarrollan lejos de las costas caribeñas: el deshielo de glaciares y de una parte del banco de hielo boreal.

En éstas condiciones, la presión demográfica a menudo muy fuerte en el archipiélago (densidades comprendidas entre 150 a 600 habitantes por kilómetro cuadrado), deforestaciones que dejan el suelo al desnudo y revestimientos bituminosos extensivos, acentúan el escurrimiento superficial de las aguas pluviales y en consecuencia los deslizamientos de lodo, como por ejemplo el de octubre del 2000 en Venezuela, que provocó más de 40 000 víctimas, desmoronamientos de terrenos (parcelamientos amenazados en la comuna de François en Martinica), pero sobretodo Haití, país que sigue siendo el arquetipo de éstas situaciones: la deforestación extrema de colinas a provocado las pérdidas irreparables de suelos y formas de empobrecimiento por destrucción del mismo; el pasaje de un ciclón sobre ésta isla tiene consecuencia muchos más dramáticas que en otras zonas. En 2004, el ciclón Jeanne causó estragos en Granada y provocó grandes pérdidas, pero después de su paso en Haití dejó 800 muertos (a verificar).

Esta presión humana es aún más agravante en la Cuenca, porque las islas son pequeñas y al simple fenómeno cuantitativo se agrega un desarrollo económico basado sobre la localización de las principales actividades en sus litorales marítimos: la extensión de zonas portuarias como las de San Juan de Puerto Rico, Fort-de-France, y aeropuertos internacionales como el de Pointe-a-Pitre erosionan los terrenos disminuyendo las superficies de los manglares circundantes; infraestructuras turísticas cada vez más densas, de las que el símbolo es Cancún, creado en su totalidad sobre una costa baja inicialmente poco ocupada pero sobre la cual se “comprimen” hoy alrededor de 1 millón de turistas por año. Finalmente los modos de vida urbanos caribeños que exacerban éstos fenómenos al privilegiar un hábitat del tipo “los pies en el agua” o de “vista sobre el mar”.

Es la suma de estos parámetros el que supera el total aritmético y crea sobre los litorales de la región una situación muy preocupante. Sin embargo las sociedades no pueden renunciar al desarrollo económico y al mejoramiento de los niveles de vida de los habitantes. Las clases políticas de las diferentes entidades, pero también el conjunto de ciudadanos deben movilizarse para frenar los procesos de recalentamiento y prevenir las catástrofes. Cada isla, contrariamente a lo que puede hacernos creer la geografía física no está aislada. Si hay un campo en el cual una cooperación urgente debe instaurarse, es justamente el de los riesgos climáticos.

El Caribe presenta innegables triunfos para un desarrollo energético respetuoso del medio ambiente y de la durabilidad: la energía solar es las más abundante, puesto que la región dispone de más de 3600 horas de asoleamiento por año, pero vemos que los equipamientos en células fotovoltaicas son raros. Sin embargo, utilizar la energía solar, es limitar en toda la cuenca las importaciones de hidrocarburos y disminuir la emisión a la atmósfera de gases con efecto de invernadero. Los gobiernos, las colectividades territoriales pueden tomar medidas eficaces, puesto que la tecnología solar está perfectamente dominada. A título de ejemplo, la isla de la Reunión que beneficia de condiciones similares, a equipado los techos de muchos inmuebles con elementos fotovoltaicos.

La segunda fuente potencial y ya parcialmente utilizada es la del viento. Los alisios relativamente constantes un gran período del año, pueden asegurar una parte de la electricidad necesaria. La isla Marie-Galante abrió el camino y es la prueba. La tecnología de la energía eólica ha sido mejorada, el ruido de las hélices se ha disminuido, los modelos han sido concebidos para soportar las tempestades y los ciclones (la hélice se pliega y el mástil es rebatible sobre el suelo). Cuba instala sus primeras granjas eólicas inspirándose de ésta experiencia en Guadalupe. Los investigadores trabajan actualmente sobre modelos miniaturizados.

Las otras perspectivas son por ahora más aleatorias: la geotermia, las experiencias de producción masiva de electricidad están en curso en la Dominica; la energía de la ola marina suscita esperanzas, pero no es todavía convincente. En todo caso, es la combinación del conjunto de éstas energías que pueden crear las perspectivas económicamente viables. Además, las capacidades para asegurar la implementación, el mantenimiento, e incluso la fabricación de baterías ya existen. Podemos objetar que los costos son más elevados que el precio del kilowatt/hora abastecido por una central térmica, pero una simple comparación cifra a cifra no es suficiente, se debe integrar lo que costarán los cataclismos futuros, por otro lado, más las energías alternativas se desarrollarán y más los costos bajarán.

Paralelamente, sería urgente frenar el consumo de energía en cada una de las entidades. Ello no significa bajar el confort ofrecido a los habitantes, sino implementar normas más rigurosas en materia de aislamiento térmico. Uno de los efectos perversos de la mundialización es la imitación de modelos externos (techos planos como en el mundo del mediterráneo o en los Estados Unidos de Norteamérica en el decenio de los 1960 y una climatización que consume mucha electricidad). Como lo recalcaba un experto jamaiquino, él se encontraba albergado en un cuarto de hotel climatizado a 16 °C y la dirección del mismo había invertido “en cobertores de lana”: aberración de los estándares del mundo globalizado que podríamos evitar simplemente con sentido común. Hay que volver a dar sentido a construcciones más adaptadas y tal vez en islas como Martinica y Guadalupe, asociar ”incentivos fiscales” con aislamiento térmico y/o la utilización de la energía solar.

Uno de los ejes importantes pero no obstante un poco ilusorio, es la puesta en marcha de políticas de mejoramiento del territorio que tengan como objetivos reducir los desplazamientos de la población y que integren el desarrollo de medios de transporte en común, particularmente deficitarios en la mayor partes de las entidades. La Cuenca contribuiría de ésta manera a un descenso o por lo menos a una estabilización de las emisiones de gases con efecto invernadero.

Las preocupaciones relacionadas al recalentamiento climático constituyen sin ninguna duda uno de los ejes de la cooperación capaces de responder a una imperiosa necesidad. Intercambiar informaciones, mutualizar la investigación, la prevención, poner en sinergia procedimientos, todos elementos que, a falta de invertir el curso de las cosas puedan por lo menos retardar el deterioro existente. Para lograrlo: un fuerte compromiso de todas las autoridades políticas, de quienes toman las decisiones económicas, una toma de conciencia de la población, políticas educativas que introduzcan comportamientos menos consumistas y más responsables. Como lo han remarcado numerosos participantes, posponer las decisiones y las inversiones necesarias hoy, desde luego a veces costosas, será insoslayable y más oneroso mañana. La carta votada con la iniciativa del Consejo General de Martinica es un pequeño paso en la buena dirección. Sobre todo no habría que perderse en los meandros de políticas poco visionarias y de corto plazo.

Autor(a) : Monique Bégot

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