RIESGOS MAYORES
 
Noticias sobre la temporada de huracanes 2017

La serie de tormentas tropicales ascendidas a la categoría de huracán desde el principio de la temporada de huracanes 2017 y los dos terremotos de gran magnitud que se produjeron en México, aportaron su cuota de destrucciones, devastaciones y víctimas en una gran parte de la cuenca del Caribe. Este año, desde las pequeñas Antillas hasta México, Texas y Florida, pasando por las grandes islas del norte del archipiélago, el número de ciclones que subieron a categoría 5, incluyendo Harvey, Irma, Katia, José, María, es importante , antes de que sea el fin de la temporada. 

Estos acontecimientos plantean varias cuestiones de diferentes índoles. Ninguna de ellas puede ocultar el carácter dramático de las situaciones, el dolor, el miedo experimentado por aquellos que afrontaron los cataclismos y sus consecuencias, en cambio pretenden descifrar y evaluar el impacto, a diferentes niveles, de lo ocurrido.  

Ante todo, es necesario tener en cuenta el peligro particular que corre esta parte del mundo frente a los riegos mayores: la posición en latitud se añade al juego resultante de la confluencia de tres placas tectónicas y transforma la región del Caribe en una zona de altos riesgos, por cierto puntuales, pero muchas veces devastadora para las poblaciones. En esta zona aparecen huracanes, cuya larga temporada se extiende desde junio hasta noviembre, y también erupciones volcánicas, entre las cuales algunas emanan de estructuras peleanas que afectan tanto las islas del archipiélago como el borde del continente, en particular la zona ístmica. Aquellos fenómenos violentos y brutales, que la actualidad de 2017 ha vuelto a poner en las mentes, se ocultan la mayor parte del tiempo tras la imagen de un clima sin invierno, con un sol casi siempre presente y paisajes exuberantes que evocan la vida tranquila. No es del todo infundado, pero conlleva el matiz estereotipado y ensoñador que se vende a los habitantes de los países del hemisferio norte. 

Respecto a los riesgos mayores, se distinguen tres conjuntos en el Caribe. Primero los espacios generalmente fuera de peligro, ubicados en una latitud muy baja y que se extienden desde Granada hasta las Guyanas. Aquellas zonas nunca padecen ciclones y corren el peligro de eventos sísmicos amortiguados. Sin embargo, pueden sufrir fuertes inundaciones o corrientes de lodo al igual que muchas otras regiones del mundo.

Un segundo conjunto reúne los espacios que tienen una actividad sísmica moderada y que sufren daños principalmente a causa de los huracanes, los cuales afectan las Grandes Antillas y el borde del continente norteamericano. Las Grandes Antillas también pueden padecer terremotos provocados por la colisión de las placas. 

Constituye el tercer conjunto los espacios hiperactivos que agregan los riesgos de los huracanes a la actividad volcánica y sísmica. Esta zona se extiende sobre gran parte de meso América y sobre las islas del norte de las pequeñas Antillas, desde Guadalupe hasta San Vicente. No todos los países de la cuenca quedan igualmente expuestos a los riesgos naturales, la distribución geográfica de los tres conjuntos pone de relieve la gradación de aquella exposición que se traduce en peligros para las poblaciones. Los dos últimos conjuntos han sido afectados en 2017. 

A este punto de partida de pura geografía física, es preciso añadir, de inmediato, los movimientos de nuestras sociedades. Desde siempre, es decir desde épocas olvidadas hoy, las poblaciones fueron muy dañadas por aquellos fenómenos dantescos en el sentido literal. Igual que en otras partes, se ha fuertemente incrementado la población que vive en estas zonas durante los dos últimos siglos y como ocurre en el mundo entero, los habitantes son, más que antaño, muy numerosos en los litorales. El resultado es que el número de personas y la masa de poblaciones afectadas son cada vez más importantes. No se trata, ni mucho menos, de las altas densidades de poblaciones que se ven en la Asia monzónica, sin embargo tal tendencia existe y se manifiesta en la exposición de un mayor número de seres humanos a los peligros. En el siglo XVII, en caso de un huracán categoría 5, no había , ni mucho menos, tantas personas expuestas al peligro, ni en San Martín, ni en Dominica, ni en Puerto Rico o en las costas de Texas o Florida: si se toma el solo ejemplo de Florida, al principio del siglo XX, se estimaba la población en unos 500 000 habitantes, a comparar con los casi 20 millones de hoy.

Justo después de una serie particularmente violenta de ciclones en septiembre de 2017, cabe notar varios aspectos del tratamiento mediático de aquellas situaciones. Los medios desempeñan un papel tan grande en la sociedad contemporánea que son, sin lugar a dudas, elementos constitutivos de la percepción de las catástrofes y de cómo moldean hoy las mentes, y no es posible separarlos de la situación material provocada por los riesgos mayores. Como ocurrió durante los últimos años, la difusión muy rápida de las imágenes por las diferentes redes mediáticas y las modalidades de transmisión en flujo continuo dieron a conocer una visión completa de las situaciones. Sin embargo, un sin fin de programas no significa información, y es obvio que en el mismo momento del ciclón, aun en los lugares muy conectados como Texas y Florida, no hay mucho que relatar. Esto no impide que los medios de información continua y las cadenas de televisión transmitan en bucle las escasas imágenes de los fuertes aguaceros, la caída de árboles doblados por el viento y los platós del enviado especial parado bajo la lluvia. En este dominio, al igual que para otros temas, predominan los montaje teatrales y la busca de lo sensacional a cualquier precio. Sin embargo, durante las primeras horas, cabe señalar la importancia decisiva de las emisoras de radio que suelen ser los únicos lazos de las poblaciones afectadas y en riesgo con el mundo exterior. 

Ya pasado el huracán, evoluciona claramente la situación: después de un momento de silencio casi completo, a causa de las destrucciones, las noticias vuelven con fuerza, pero bajo formas muy diferenciadas. Tras aquellas primeras horas, los medios recolectan las informaciones y las transmiten ampliamente. Entonces, se establece una muy fuerte diferenciación a dos niveles: al interior de la zona y con respecto a las demás zonas del mundo. Durante la serie de eventos del otoño 2017, la cobertura mediática, con mucha razón, habló ampliamente de Texas, Florida, San Martín ( la parte francesa), pero era mucho más difícil tener informaciones durante los primeros días sobre Dominica, Aruba, Barbuda, las islas vírgenes británicas, o sobre Haití, Cuba y Puerto Rico. Tres semanas más tarde, las informaciones destinadas al gran público sobre aquellas zonas muy dañadas seguían siendo muy escasas. A nivel mundial, también se manifiesta claramente la diferencia: aquellos huracanes ocuparon un lugar importante en los medios de América y de Europa, con mucha razón como dicho ya, cuando al mismo tiempo las inundaciones en Bangladés o en Calcuta que dejaron cientos de víctimas y miles de sin techos, o más aun los azares climáticos en el golfo de Guinea con sus secuelas de centenares de muertos, apenas fueron citados en las informaciones. Sin duda, se puede alegar la distancia y el menor interés del público de los medios, pero es obvio que en la época de la información globalizada la diferencia es asombrosa. 

Para seguir en el ámbito de la percepción de aquellas conmociones y sus consecuencias en las mentes, conviene destacar el rol de la memoria. Vale considerar que no se trata de restar importancia de ninguna manera a los dramas de 2017, sino de notar que aquellos dramas, no tan lejanos, salen con prisa de las memorias colectivas fuera de los lugares donde ocurrieron. El número de víctimas en 2017 es bastante importante ( en exceso por cierto) pero todavía no es definitivo. Es sorprendente notar que si Katrina (con sus 1833 víctimas sobre todo en Nueva Orleans) persiste en las mentes, el huracán Mitch con 9086 muertos, el más mortífero de los pasados 20 años, dejó menos huellas en la memoria aunque se remonta tan sólo a 1998. Al considerar unos pocos años atrás, otras situaciones fueron muy mortíferas: terremoto de Port-au-Prince en 2010, huracán Jeanne en 2004, corrientes de lodo, inundaciones...... 

Esta capacidad colectiva al olvido es una fuerza que permite que los grupos humanos se recuperen y progresen, pero también es importante poner los eventos en perspectiva. 

El tercer tema que se debe abordar es el siguiente: se habla de riesgos naturales, naturales sin duda por los fenómenos físicos, pero en completa relación con el entorno social respecto a las repercusiones e impacto de aquellos fenómenos físicos. La violencia y la fuerza de los vientos tiene un carácter decisivo, pero la calidad de las construcciones y su ubicación son factores determinantes. Cuanto más precaria es la construcción, más importante es el riesgo de un gran número de víctimas. El nivel de desarrollo y de riqueza desempeña un papel importante en el costo en vidas humanas de los huracanes y terremotos. 

El ejemplo más notable es la catástrofe de 2010 que arrasó Port-au-Prince, devastó Haití y dejó 230 000 muertos y 220 000 heridos. En los países de esta zona que reúnen grandes superficies y niveles de desarrollo diferenciados es donde el impacto de los ciclones muestra importantes variaciones. Si los Estados Unidos padecen casi siempre importantes daños materiales, por lo general el número de víctimas es bajo, excepto el caso notable de Katrina en 2005. Al contrario, Haití conoce regularmente, casi todos los años, centenares de víctimas. El nivel de riqueza y desarrollo así como la presencia de medios que puedan movilizarse en caso de mal tiempo son esenciales. Lo primero radica en la capacidad de informar antes de la llegada del ciclón: cuando pasó el huracán Harvey, la información fue máxima en Texas, pero en el caso del huracán María, varias autoridades eclesiásticas expresaron la gran dificultad que encontraron para avisar a las comunidades pobres de la costa norte de Haití, y aún más, para convencerlas de ponerse a cubierto. Entre estos dos extremos, existió una gran variedad de situaciones, de San Martín ( alerta máxima) a Dominica, Barbuda o Puerto Rico. 

En segundo lugar, es preciso considerar la capacidad de protegerse durante el ciclón, y aún más si trata de prestar asistencia a las víctimas, despejar los escombros durante los primeros días después de un huracán o un terremoto, e iniciar la reconstrucción durante los meses siguientes. Así, a pesar de que los habitantes pensaron que los días eran muy largos, la realización de las operaciones de socorro fue más rápida y masiva en San Martín con respecto a Dominica y Barbuda. No deja de entristecer la insoportable dificultad de la reconstrucción en Haití tras la catástrofe de 2010. 

Aquellos riesgos distan mucho de ser únicamente naturales, dependen estrechamente de cómo las sociedades se exponen al riesgo, se protegen o se preparan. Para empezar, el nivel de riqueza impone una diferencia, esta diferencia que hay entre los Estados Unidos y Nicaragua, y con mayor razón tratándose de Haití. Sin embargo, no sólo está en juego la diferencia de riqueza, la diferencia en los procesos de organización y preparación desempeña un papel sumamente importante: así Cuba que no dispone de mucha riqueza, casi nunca padece un gran número de víctimas, y la República Dominicana siempre menos que Haití, mientras que los países que disponen de servicios públicos y de emergencia, en cada caso minimizan las bajas. 

La organización de los socorros y la falta de previsión afectan también a los países ricos siempre que el fenómeno climático resulte ser de importancia. Fue así como la ciudad de Nueva Orleans y sus habitantes pagaron un alto precio por la falta de mantenimiento de los diques y por una organización de los socorros que no estaba a la altura del huracán Katrina. 

Aleccionadas por esta situación bastante reciente, indudablemente las autoridades prepararon la llegada de Harvey con más eficacia y evitaron cantidades de víctimas. En Puerto Rico, la situación confusa y las dificultades sumamente importantes varias semanas tras el paso del ciclón, ponen claramente en evidencia la violencia del fenómeno, pero también incitan a cuestionar el grado de preparación a un evento que saben que es inevitable.

A través de esta preparación, que empieza por el cumplimiento de las normas de construcción y continúa en la localización de las construcciones, la preparación de los sistemas de atención sanitaria, de comunicación, de energía y de socorro, se divisa si las sociedades que obviamente disponen de la capacidad financiera y de las competencias han tomado las decisiones que permiten una verdadera protección des las poblaciones.

La confrontación con la realidad de las tormentas y terremotos ocurridos en 2017 justifica que se replantee y que se ponga en claro el tema. Está claro que hay aquí una de las cuestiones clave de la futura evolución de los países de la cuenca del Caribe: la capacidad de las sociedades de proteger a las poblaciones de aquellos riegos mayores. 

Se ve claramente que en estos eventos considerados como “naturales” en un primer tiempo, lo único que es natural es el desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza. Lo demás radica en la realidad social: la importancia y concentración de la población, la exposición al riesgo de su situación, la riqueza, los preparativos y por fin la organización y la calidad de los servicios de emergencia. Esto afecta a todos los países. A través de las posibles respuestas se plantea, no sólo el problema del desarrollo sino también él de la educación y preparación de las poblaciones y él de la ayuda mutual y coordinada entre los países, etc. 

El último tema que se aborda es él del vínculo entre el número elevado de huracanes de categoría 5 en 2017 y el cambio climático global. La simple aritmética so es suficiente para explicar el vínculo entre los fenómenos de este año y una evolución de mayor amplitud. Ya ha habido años con potentes y numerosos huracanes, sin embargo, varios meteorólogos señalan que carecemos de bases de datos análogos y que ha evolucionado fuertemente la detección. Los servicios norteamericanos de meteorología dieron a conocer las estadísticas siguientes: sólo en 1932,1933,1961,y 2005 (año récord con cuatro) pasaron dos huracanes de categoría 5 en la misma temporada. Se nota una tendencia al incremento de aproximadamente 5 a 10% del número de los ciclones más violentos durante los últimos años. 

Mientras tanto, se observa que globalmente las temperaturas atmosféricas aumentan más que las medias, que también aumentan las temperaturas medias del océano y que se eleva el nivel del mar. No obstante, resulta difícil relacionar con certeza un evento o una serie de eventos con un sistema bastante complejo o de vincular directamente un fenómeno particular con el cambio climático global. 

El cambio climático es el tema de mayor importancia en él que pueden y deben intervenir los Estados comprometidos en el acuerdo de París, que la serie de huracanes de 2017 esté o no vinculada a este cambio. 

La temporada de ciclones de 2017 no se ha acabado pero sin embargo subraya, con la sucesión de devastaciones, la urgente necesidad de hacer que la integración de los riesgos mayores en el desarrollo de las sociedades caribeñas sea una orientación de primer orden, lo que nos es el caso hasta ahora.

Huracanes 2017

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Autor: F. Turbout, MRSH, Université de Caen, 2017.
Autores : Frédérique Turbout, Pascal Buleon
Traducción :  : Alfred Regy

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