MOVILIDADES Y MIGRACIONES
 
Notas para un dialogo sobre la migracion caribeña

 

La migración es algo intrínseco a las sociedades caribeñas, ya que su población autóctona fue extinguida en los albores de la colonización. Hoy día es sorprendente la diversidad de grupos que la integran; los cuales fueron llegando, primero durante la colonización y luego en las distintas etapas de la formación nacional y respondiendo a las demandas de cada período económico. Pero además, una vez conformadas cada una de las naciones caribeñas, desde cada uno de los países vecinos se movilizaron importantes contingentes hacia los demás. Este rasgo es tan idiosincrásico para el área del Caribe, que basta con observar la diversidad de las actividades culturales para darnos cuenta de que el mosaico caribeño está conformado por un huso de relaciones tan imbricadas que resultaría imposible reconocer las identidades de cada uno sin contar con el otro. Y esto es precisamente el resultado de ese dilatado proceso migratorio que no se ha detenido nunca en cinco siglos. Sin embargo, es bueno señalar que existe una diferencia en cada uno de los períodos migratorios.

Los primeros de estos inmigrantes tuvieron como característica el hecho de que eran trabajadores, traídos desde otros continentes y de manera forzosa, sea bajo las condiciones de esclavitud o de contratos colectivos. En cualquiera de esos casos, la voluntad del trabajador contaba muy poco y las posibilidades de movilizarse social y físicamente, dependían exclusivamente de la voluntad de los propietarios de las plantaciones a las cuales sirvieron los inmigrantes. Es decir, que en cierto sentido, se trataba de una selección hecha a la medida por los plantadores, fueran estos los de la primera etapa esclavista o de la segunda cuando surgió la industria azucarera moderna. Es muy importante señalar, que a diferencia de lo que ocurre hoy día, los emigrantes de dichos períodos no siempre fueron obligados a llenar los requisitos de lo que ahora se conoce como la inmigración legal, o sea, tener la documentación requerida: pasaportes, visas de trabajo, contratos individuales y otros requisitos o restricciones que hoy existen. En otro orden, si bien la proclamación de los derechos humanos fue el resultado de las revoluciones burguesas del siglo dieciocho, no fue sino hasta los años ochenta del siglo diecinueve, cuando se logró el reconocimiento universal del respeto a los derechos humanos y en el siglo veinte, los de los trabajadores emigrantes en particular. Lo que significa que hasta esos años, la negación de justicia para defenderse del mal trato o el incumplimiento de las normas contractuales, era moneda corriente en cada uno de nuestros países.

En el modelo económico de antaño, el capital se instalaba en los países periféricos y atraía hacia ellos los contingentes de mano de obra requeridos. Esto fue cambiando por un flujo más diversificado, que tanto podía orientarse hacia los otros países del Caribe, como hacia las sociedades metropolitanas. Según fuera el caso, la demanda de trabajadores extranjeros podía ubicarse territorios ultramarinos, o como ocurrió después esos trabajadores eran demandados en los países metropolitanos. Es decir, que el capital internacional, que primero convirtió al Caribe en un receptor de mano de obra inmigrante, luego lo transformó en una fuente de emigración, orientada a satisfacer la demanda de las grandes empresas multinacionales del Norte. O sea, que dichas empresas, al inicio sólo estuvieron instaladas en las diferentes islas y luego generaron demanda directa de la población caribeña incluso hacia sus territorios. Con ello lo que nos interesa destacar es que la apertura de los flujos migratorios, en cualquier sentido de los aquí explicados no fue una iniciativa de los caribeños, sino que los mismos surgieron para responder a la demanda generada por el gran capital internacional.

La migración caribeña del siglo veintiuno se da en el nuevo contexto de la sociedad globalizada. Los flujos migratorios inter caribeños operan de forma completamente distinta, pero fundamentados en los rasgos característicos del largo proceso histórico arriba mencionado. Los emigrantes actuales ni han abierto las actuales rutas de la migración en el área, ni han inventado la emigración indocumentada. En la actualidad, lo que hacen los emigrantes es seguir los patrones y las huellas de las primeras migraciones inter caribeñas; las cuales respondían a las exigencias patronales del gran capital. Lo que ha cambiado es el sentido en cual se orientan las distintas nacionalidades, pues ni los que emigran, ni los países receptores son necesariamente los mismos. Incluso en algunos países, los que eran receptores han pasado a ser emisores, como es el caso de la República Dominicana con respecto a las Antillas de habla inglesa, o Puerto Rico con respecto a la República Dominicana, y así sucesivamente. Por otra parte, tenemos los flujos hacia las metrópolis, que son relativamente nuevos. Por ejemplo, hacia los Estados Unidos y Canadá, el principal incremento se produjo en los años setenta, tardando un poco más para consolidarse en dirección a Europa, pero en los tres destinos, la oleada migratoria más importante se produjo en la “década perdida”, cuyos devastadores efectos se sintieron con tanta fuerza en estos países, que aun dos décadas después seguimos recibiendo esos malos efectos.

Otro cambio importante son las causas de las migraciones, pues si bien, en los inicios estuvieron fundamentadas en las necesidades específicas de las empresas multinacionales y de sus países de origen, ahora son las sociedades caribeñas las que debido a los desequilibrios en sus respectivas economías, expulsan motu propio un porcentaje importante de su población. Si bien, la mecánica migratoria sigue operando basada en una demanda que existe en las sociedades receptoras, no es menos cierto que los países emisores encuentran en dicha práctica un recurso para disminuir las tensiones sociales internas que producen sus actuales esquemas de desarrollo, en los cuales, paradójicamente, si bien en algunos de los países se alcanzan niveles importantes de crecimiento, también se incrementan en mayor medida los niveles de pobreza. La globalización tiene como una de sus características que la población en general cuenta con un mejor ambiente para el ejercicio de las libertades individuales y esto se expresa en un mayor acceso a la información y facilidades para viajar, con lo cual los emigrantes tienen la posibilidad de organizar mejor sus estrategias de salida hacia los países receptores, donde por demás, operan amplias redes sociales que les ofrecen apoyo para efectuar sus traslados.

Otra particularidad de la migración actual, es que los países del Gran Caribe, han venido produciendo una importante diáspora ubicada en los principales lugares de destino, con la consecuente creación de sociedades transnacionales (en la visión de Alejandro Portes). Esta característica permite que los países cuenten con unas fronteras culturales, económicas y a veces hasta políticas en las sociedades receptoras. La transnacionalidad facilita la organización de la cotidianidad viviendo de forma simultánea en ambos países. Este estilo de organización de la vida del emigrante aumenta su capacidad de negociación con las autoridades, tanto de las sociedades de origen como en la de acogida, pues se trata de una población cuyo poder reside en la posibilidad de generar procesos que afecten, tanto positiva como negativamente en ambos lados. Pero ahora que la emigración no es un recurso auspiciado por el capital, sino por los trabajadores, han surgido con mucha fuerza las medidas restrictivas contra la inmigración. Se puede afirmar que en la actualidad los países receptores enfrentan la inmigración desde una perspectiva excesivo control, basada en la represión a los indocumentados, pero sin afectar las causas de dicho proceso. Con la finalidad de restringir la migración existen mecanismos para la creación de un ambiente de miedo hacia los inmigrantes, entre los ciudadanos de las sociedades receptoras. Junto a esto están resurgiendo grupos xenófobos, portadores de nacionalismos trasnochados que exaltan las ideas chauvinistas, para conducir políticamente el rechazo a los inmigrantes, por el sólo hecho de ser extranjeros. Pero lo más grave del surgimiento de esos grupos radicalizados, es que estos pueden surgir en países que si bien emplean mano de obra extranjera, al mismo tiempo una parte de su población emigran hacia otros países. El miedo a la migración, generado por esos grupos está contribuyendo a crear un ambiente tan hostil, que en algunos países se han producido confrontaciones étnicas, cuyas consecuencias negativas podrían incrementarse en los próximos años.

Sin embargo, para los países emisores, los emigrantes han pasado a ser un recurso humano, que si bien excluido por sus sociedades de origen, una vez afuera, se hacen imprescindibles para las economías de dichas sociedades. Y esto no solamente por el envío de remesas, sino por el peso social y en muchos casos político que pueden ejercer sobre las sociedades receptoras. Pues ahora, al nacional ausente, entre los diversos roles que juega en sus sociedades nacionales, se le reconoce como un factor que contribuye al cambio para facilitar la inserción en la sociedad global. Tomemos en cuenta que los resultados positivos o negativos de la migración, dentro del modelo de economía de servicios, actualmente predominante, no responden a una estrategia propia de nuestros países, sino que es consecuencia de las deformaciones del crecimiento económico y de la exclusión social generados por dicho modelo. Esta es una de las razones que debe obligar a los Estados receptores a prestar la debida atención al fenómeno y auspiciar acuerdos globales para el manejo de las migraciones.

En el caso de los países del Caribe, está claro que este es uno de los puntos que ha ido cobrando mayor importancia en la agenda política. Podríamos decir que numéricamente, no sólo en la región, sino a nivel continental, los países emisores más importantes, son parte del Gran Caribe. En otro orden, vale reconocer que por la manera como influyen los inmigrantes sobre los países de acogida, estos tienden a ser un factor decisivo en las relaciones interestatales. En ese sentido, el tema interesa tanto a los receptores como a los emisores. Es el momento de que los países ofrezcan un trato distinto a la cuestión migratoria, pues no solamente la migración crece inconteniblemente, sino que está generando nuevos problemas como son:

  • El control por parte de los Estados;
  • La tenencia o no de la documentación de identidad;
  • El tráfico y contrabando de personas;
  • El peso de los inmigrantes a lo interno de las sociedades receptoras, en los aspectos sociales, económicos y políticos.

Si nos colocamos en la óptica de las sociedades emisoras son relevantes sus impactos sobre:

  • El drenaje de la mano de obra;
  • El impacto de las remesas enviadas por los residentes en el exterior;
  • La transnacionalidad y la influencia cultural.

Por eso entendemos que se impone desarrollar un diálogo que trabaje por el respeto a la dignidad de los inmigrantes y por el ordenamiento migratorio, pues si bien es cierto que el número de inmigrantes no deja de aumentar, mientras ello se produzca de forma irregular o no ordenada, esto seguirá siendo un factor preocupante para la seguridad entre los países y la seguridad humana de los que viven expuestos a los peligros del tráfico y del contrabando de personas. El punto de partida para que el Caribe pueda representarse por sí mismo en un diálogo regional y global, es reconociendo que los flujos intra caribeños son intensos, que se están orientando en todas las direcciones y su tendencia es hacia el incremento. Pero además, como ese proceso de movilidad de personas se reconoce como parte de las estructuras de la sociedad, actual, se impone reconocer la migración como un factor del desarrollo en sentido positivo, pues estamos hablando de un rasgo social y cultural de la identidad del Gran Caribe.

Autor(a) : Ruben Silie Valdez

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